Por Stiven Loaiza
Estudiante del pregrado en Comunicación Audiovisual y Multimedial
Facultad de
Comunicaciones
Universidad de
Antioquia
Se suelen ver por ahí tan
sensibles, majestuosos, capaces de mover masas, de moldear sentimientos. Se les
ve abriendo paso a través de los argumentos, corriendo y caminando
tranquilamente, escondiendo falazmente su incapacidad de amar.
Pero estos son
revolucionarios de paquete, homogenizados, se creen fábricas de la verdad, su
prepotencia y arrogancia haría que el mismo Che los fusilara; la falta de
construcción humanista en sus seres hace dar vergüenza.
“Sus bocas expelen más
mierda que su culo”. Promulgan la dignidad cuando en casa gritan y fastidian a
la familia, traicionan el compromiso y la confianza de su compañero(a)
sentimental, juzgan y dañan la amistad; esos revolucionarios no sirven, son un
paquete más de la producción capitalista que causa gran
daño a la sociedad y a la lucha por la transformación social.
Lo primordial siempre se
suele observar en la teoría y en la práctica revolucionaria, desde la
organización, la movilización y el cambio colectivo, pero el primer paso hacia
la construcción de la liberación nacional es la autoconstrucción, la autorreflexión,
la crítica interna y, aún más importante, la praxis interna, esa acción
liberadora que transforma nuestro ser para ser con otros, para que desde ahí
podamos encaminar las luchas del pueblo, ayudar a construir este eterno camino
del humanismo, de la revolución, de la dignidad, de la libertad; dejar de lado
nuestros vicios capitalistas, combatirlos y extirparlos de nuestro mundo
individual y colectivo, enseñar también con el ejemplo.
Hasta el día en que estos
revolucionarios no cambien y se sigan reproduciendo como paquetes en una
fábrica de soluciones no habrá revolución trascendente. Sin los cuadros
políticos, que sí se construyen como humanistas, no habrá ese bonito futuro
socialista, habrá solo algunos (as) depravados (as) con poder.
El poder hegemónico corrompe
El poder del pueblo construye,
transforma.
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