Nadie les ha
enseñado a hacer lo que están haciendo; nadie le enseña al árbol la forma de
dar sus hojas y sus frutos. No se han dejado utilizar, como tantas veces en
otros tiempos, a manera de cabezas de puente o pavos de la boda; hoy están
solos frente a una realidad resquebrajada, son una inmensa muchedumbre que no
acepta ya reajustarse para ingresar ventajosamente en ese mundo que se da a
llamar moderno, que no acepta que ese mundo los recupere con la hipócrita
reconciliación paternal frente a los hijos pródigos. Algo como una fuente de
pura vida, algo como un inmenso amor enfurecido se ha alzado por encima de los
inconformismos a medias, a la torre de mando de las tecnocracias, en la fría
soberbia de los planes históricos, de las dialécticas esclerosadas. No es el
momento de explicar o de calificar esta rebelión contra todos los esquemas
prefijados; su sola existencia, aquí y en tantos otros países del mundo, la
forma incontenible en que se manifiestan, bastan y sobran como prueba de su
validez y su verdad. Nada piden los estudiantes que no sea de alguna manera una
nueva definición del hombre y la sociedad; y lo piden en la única forma en que
es posible pedirlo en este momento, sin reivindicaciones parciales, sin nuevos
esquemas que pretendan sustituir a los vigentes. Lo piden con una entrega total
de su persona, con el gesto elemental e incuestionable de salir a la calle y
gritar contra la maquinaria aplastante de un orden desvitalizado y anacrónico.
Los estudiantes están haciendo el amor con el único mundo que aman y que los
ama; su rebelión es el brazo primordial, el encuentro en lo más alto de las
pulsiones vitales.
En el pabellón de la
Argentina, ¿Cómo no iba a manifestarse ese salto hacia una realidad auténtica
cuando bajo su techo se venía reiterando la injusticia, la discriminación, la
estafa moral que no era más que el reflejo de lo que sucede allá en la patria,
allá en los países de América Latina? Tomar esa residencia ha significado para
los estudiantes entrar escoba en mano en una casa sucia para limpiarle el polvo
de mucha ignominia, de mucha hipocresía. Pero en el fondo esto es sólo un
episodio dentro de un contexto infinitamente más rico, que no se engañen los
que quieran ver en ese gesto una mera oposición política en el plano nacional.
Detrás de la ocupación de lo que es propio hay una conciencia que va mucho más
allá del perímetro de una residencia universitaria; simbólicamente,
poéticamente, estos muchachos han tomado a la Argentina entera para devolverla
a su verdad tanto tiempo falseada; y decir eso es decir también América Latina,
es sentir a través de este impulso y esta definición toda la angustia de un
continente traicionado desde dentro y desde fuera. Cómo no comprender,
entonces, el sentido más profundo que tiene hoy aquí, entre nosotros, la
evocación del ejemplo vivo del Che, cómo no comprender que lo sintamos tan
cerca de los jóvenes que se baten en las calles y dialogan en los anfiteatros.
Pero esto no es un homenaje labial; no hemos de recaer una vez más en los
esquemas del respeto solemne, de las conmemoraciones a base de palmas y
oratoria. Para el Che sólo podía y sólo puede haber un homenaje; el de alzarse
como lo hizo él contra la alienación del hombre, contra su colonización física
y moral. Todos los estudiantes del mundo que luchan en este mismo momento son
de alguna manera el Che. No siempre hacen falta cirujanos para trasplantar un
corazón en otro cuerpo; el suyo está latiendo en cada estudiante que libra este
combate por una vida más digna y hermosa.
Julio Cortázar
*Este texto escrito para MARCHA, de Montevideo, se refiere a
las jornadas de mayo de 1968 en París y a la ocupación de la casa de la
Argentina en la Ciudad Universitaria por un grupo de compatriotas.
octubre 17, 2011
Comité de Asuntos Estudiantiles

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